jueves, 23 de julio de 2020

Si las cosas hubieran sido de otra forma

    Hoy pintó bajón. No sé por qué me extraña. Mi vida va de un bajón a otro. Lo raro es cuando no pinta. Cuando me siento bien desconfío.
    Pienso cómo serían las cosas si mis padres me hubieran querido. Porque no todos los padres quieren a sus hijos. Los míos son un claro ejemplo de eso. No me querían. No era culpa de ellos, tampoco. Hicieron un gran esfuerzo, tengo que reconocer. Pero lo que no es, no es. Tampoco todos los hijos quieren a sus padres. Yo sí los quería a ellos, porque no todo es recíproco en esta vida.
    De esa relación asimétrica me quedó una sensación profunda de asco hacia mí mismo, de vacío existencial, de que no valgo nada para nadie.
    Si mis padres me hubieran querido no andaría hoy tratando de encontrar un lugar en la vida de los demás a toda costa, ni un espacio en la mía. No tendría esta necesidad imperiosa de saber cuál es mi lugar en el mundo. Dónde estoy parado. Qué quiero. Qué busco con todo esto. Cuáles son mis límites. Hasta dónde quiero llegar.
    Encima estoy anestesiado para el amor. Nunca me parece suficiente. Nunca me alcanza. Nunca me llega lo que siente el otro por mí. Eso me hace ser injusto la mayoría de las veces. Soy un mono con navaja, lastimo a la poca gente que se me acerca. No es fácil quererme, lo sé.
    Para agregar a mi lista de virtudes, tengo que admitir que no soy divertido. Más bien diría que soy bastante aburrido.
    Hay días que tengo ganas de arrancarme el cuerpo en pedazos, como si fuera una ropa molesta, un saco de lana que pica y quisiera sacarlo como sea. Otros días quiero desaparecer de la faz de la tierra de lo insoportable que se me hace existir. El solo hecho de estar vivo me cuesta y no sé para dónde escapar.
    A veces me enojo, cuando siento que no me escuchan, que no me tienen en cuenta. Cuando veo que otras personas a las que sus padres sí quisieron andan por la vida y ocupan los lugares sin ningún esfuerzo, como si el solo existir ya les diera derechos inalienables. Me da envidia. A mí cada espacio me cuesta un esfuerzo sobrehumano, y nunca termino de estar seguro de haberlo conquistado del todo.
    Me enfurece casi hasta el odio la seguridad con la que se mueven los demás. Los acuso injustamente de ignorarme. No se los digo. Nadie sabe esto que me pasa. Aprendí a callarme, porque ya entendí, por experiencia, que mi realidad no es LA realidad. Aprendí a pedir disculpas cuando entiendo que lo que siento no es real, que no todos son mis padres, que hay gente que sí me quiere.
    El problema es esta sensación que me acompaña todo el tiempo, que aunque sepa que no es real, es real para mí.
    Tal vez si mi madre no hubiera quedado embarazada de mí, si no la hubieran obligado a tenerme, y si no los hubieran obligado a casarse cuando ninguno de los dos quería hacerlo, hoy la historia sería muy diferente. Y no estaría acá, desnudo, muerto de frío y en posición fetal, a la espera de que venga la ambulancia que llamé para que me salve de mí mismo. Otra vez. Como siempre. Porque siempre me arrepiento cuando veo el frasco de pastillas vacío tirado en el piso. Porque también soy un cobarde para terminar de irme de una buena vez.

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