sábado, 11 de julio de 2020

El arte salva

Su mente adolescente y desquiciada imaginaba suicidios, todos justificadísimos. Los motivos iban desde que alguien le contestara mal a que alguna profesora le pusiera una mala nota en una materia. Sus padres eran el blanco favorito de sus intenciones suicidatorias, como no podía ser de otra manera. Todos sus planes iban dedicados, con carta de despedida y todo, para que los depositarios de todas sus frustraciones adolescentes supieran claramente que ellos habían sido el motivo de su fatal decisión, para que reflexionaran y se arrepintieran de todo lo que le habían hecho.

Un domingo, día más que propicio para estos cavilares, se dio cuenta de que la idea había tomado una consistencia insoportablemente real. Pensó las distintas formas de llevar a cabo su cometido, sopesó los pros y las contras de cada uno. Si hubiera alguna forma de no sufrir, de que no hubiera dolor físico, ya lo habría hecho, pero era muy cobarde y le tenía mucho miedo al dolor, por lo que llevar a cabo sus planes se le hacía difícil. Si solo conociera alguna forma que no doliese…

Lo que en principio solo era una idea con la que coqueteaba se volvió tan real que se asustó; era solo dar ese paso. Y ya está. Ya iban a ver  todos, ya se iban a dar cuenta del daño que habían causado con su insensibilidad. Tenía todo pensado, ya estaba ahí.

Por suerte, esta vez su mente desquiciada y adolescente salió rauda al rescate. De pronto se acordó de que el lunes iba a ver Detrás de las noticias con una amiga, el martes Hombre mirando al sudeste con un amigo, y el miércoles, Gaby, la historia de una chica paralítica, con otro amigo.

Bueno, se dijo, entonces el jueves me suicido.

Estalló en una carcajada. Poco serio lo suyo. Alguien que se suicida no lo posterga para ir al cine, pensó. No podía parar de reírse ante lo bizarro de la situación.

La adolescencia es una etapa muy difícil.

Y el arte salva, muchas veces.


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